lunes, 12 de diciembre de 2016

Rusia, hacia el círculo polar ártico.


Dejamos atrás Rostov, continuando nuestra ruta hacia el noreste. De nuevo el paisaje se torna monótono e interminable en la llanura rusa. Bosques y lagos, salpicados con casas de madera.







Yaroslavl es la última de las ciudades que visitaremos del anillo de oro. Un parque en las orillas del rio Volga, en el centro de la ciudad, es un buen lugar para pasar la noche. (N57 37 10.8 E39 53 32.7)




Conocida como “la Florencia rusa”  por los numerosos monasterios e iglesias que pueblan el centro de la ciudad, adornándola con sus coloridas y majestuosas cúpulas.







Fue fundada a inicios del siglo XI por Yaroslav el Sabio, príncipe del russ de Kiev y está enclavada en la confluencia de los ríos Volga y Kotorosl.







Su centro histórico está considerado Patrimonio de la Humanidad desde el 2005.







Las iglesias de San Basilio y la del Profeta Elías contienen algunos de los más hermosos frescos del Anillo de Oro ruso.




Como en todas las ciudades rusas, esta también cuenta con su monumento a los caídos en la II Guerra Mundial.




Dejando  atrás las ciudades monumentales que rodean Moscú, nuestra intención es dirigirnos hacia el norte, para cruzar la región de Carelia y de aquí a la frontera con Noruega. La carretera de nuevo discurre por vastas llanuras.




En Vologda queríamos continuar hacia el norte por carreteras comarcales, pero  los camioneros nos hicieron desistir por su pésimo estado. Seguimos por la general hasta Tikhvin,  donde nos desviamos rumbo norte.




Aunque estamos rodeados de naturaleza, seguimos sin poder disfrutar de ella. Los bosques, los lagos o los ríos son inaccesibles, obligándonos a parar la mayoría de los días en los feos aparcamientos de camiones. En esta ocasión encontramos una pista que nos conduce a las orillas de un lago. (N59 47 10.7 E33 29 31.9)




Las carreteras siguen siendo una sorpresa y si abandonas en algún tramo la nacional, todavía más.




La mayoría de los pueblos rusos denotan una cierta dejadez y pobreza, donde la estética raramente tiene lugar. En muchos de ellos las conducciones de gas aéreas cruzan las fachadas.




Unos sesenta kilómetros al norte de Petrozavodsk (N62 19 38.3 E34 01 04.5) nos desviamos hacia las cascadas de Kivats.







Es una reserva natural, pero solo se puede visitar el entorno de la cascada.







Ahora entramos en la región de Carelia, sabíamos que era un paraíso natural en la Rusia europea. El 85% de su territorio está cubierto por bosques de coníferas  por donde discurren veinte siete mil ríos y más de sesenta mil lagos. Pero esto son solo cifras de algo a lo que no se puede acceder.










Después de más de 8000 km. por Rusia, nos da risa ver los carteles informativos del cruce de renos y alces. No hemos visto ni un solo animal.




Continuando hacia el norte la carretera pasa cerca del Mar Blanco y sentimos la necesidad de asomarnos a él y contemplar el horizonte azul que desde el Mar de China en Camboya no hemos visto.




Una estrecha carretera comarcal nos conduce primero a Kem y después al viejo y desvencijado puerto de Rabotseostrovsk. De aquí sale un transbordador hacia la isla de Solovetskie interesante por su conjunto histórico y cultural. Pero no encontramos plaza y no pudimos visitarlo.










Sobre una loma que da al puerto se encuentra la calle principal, con antiguas y ruinosas casas de madera, que parecen sostenerse en pie milagrosamente.







En la Península de Kola, pasado ya el círculo polar ártico, queremos visitar el Parque Nacional Laplandskii. Es nuestra última esperanza de contemplar renos y alces o de adentrarnos por un parque.





Tampoco esta vez ha sido posible, un guarda vigila la puerta de un parque cerrado al público. Son las incongruencias de Rusia.





Bastantes decepcionados y hartos de hacer kilómetros sin ningún interés, llegamos a Murmansk que con 380.000 habitantes es la ciudad más grande por encima del círculo polar ártico.








La ciudad se vio gravemente afectada por la caída de la Unión Soviética, su industria quedo obsoleta disminuyendo considerablemente el número de sus habitantes. En la actualidad se recupera gracias a la industria pesquera y a su importante puerto que acoge a los rompehielos del ártico.





Aunque la mayoría de las casas están construidas en madera, cada vez es más difícil ver edificios construidos de este material pues son más perecederos, pero a la salida de Murmansk pudimos visitar una iglesia ortodoxa.








Parece mentira, con el esfuerzo que se tomaron Lenin y Stalin para terminar con todo vestigio de religión, como con la desaparición de la Unión Soviética ha surgido de nuevo el fervor religioso y la restauración de todos los templos.








De Murmansk la carretera se dirige hacia el noroeste cerca de la costa del mar Barents.





Durante la II Guerra Mundial en esta zona acontecieron grandes batallas entre el ejército alemán que había invadido Noruega y el ejército ruso. Numerosos monumentos conmemorativos recuerdan a los caídos.








Aunque estamos en los primeros días de agosto, hace frio y raramente la temperatura excede de los quince grados. También el paisaje ha cambiado de los frondosos bosques a los ralos líquenes.





Los rusos no han olvidado el pasado y unos 100 km. antes de la frontera encontramos numerosos cuarteles donde se asientan modernos unidades de acorazados.





La carreta está continuamente vigilada junto a la alambrada que marca la frontera.





Unos nubarrones grises cubren el cielo, el tiempo es desapacible y frio. Rusia nos despide tal como es, triste y gris.





Llegando al paso fronterizo las nubes descargan un fuerte aguacero. Los policías de aduanas nos someten a un exhaustivo registro del camión, el peor de los 45 países visitados en los 5 años.





Mapas del recorrido.











Filopensamientos y otras cosas………

Cuando entramos en Rusia nuestra mente bullía de aventuras e historias  de la lejana y dura Siberia.

Después de haber leído a los autores rusos y sus escalofriantes relatos sobre la vida en los gulag y sus extremas condiciones de vida o las numerosas películas sobre campos de concentración y huidas imposibles atravesando la tundra perseguidos por una jauría de perros, pensábamos que nosotros también podríamos vivir nuestra aventura cruzando esta vasta, desconocida e indómita Siberia.

Pero pronto descubrimos que la realidad es bien distinta, la inmensa y salvaje naturaleza siberiana es imposible de franquear más allá de los bordes de la carretera. Sus ríos y sus lagos son prácticamente inaccesibles. Solo pudimos disfrutar de ella en la isla de Olkhon en el lago Baikal y poco más.

Su vida salvaje, si existe, es tan inaccesible y oculta que en nuestra estancia de más de dos meses, no vimos ni un solo reno, ni ningún otro mamífero habitual en este hábitat.

De su patrimonio cultural y monumental, poco queda pues la mayoría de sus construcciones eran en madera, exceptuando Moscú, San Petersburgo y las ciudades del anillo de oro, donde las iglesias y catedrales son lo más relevante.

Después de más de once mil kilómetros de travesía, aburrimiento y decepción son las palabras que más definen nuestro paso por Rusia.


1 comentario:

  1. Después de leer vuestro paso por Rusia se me vienen abajo los planes de ir a Siberia por nuestra cuenta. Hasta hice una primera versión en gmaps que me traía a la mente la novela de Miguel Strogoff...que desilusión.

    Suerte con los paises nórdicos.
    Un saludo.

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