sábado, 30 de marzo de 2013

La Misión del Valle de Mangola

  
Había obscurecido cuando llegamos a la casa y nos recibió Fernando, un arquitecto madrileño. Esa noche cenaban todos con las monjas que despedían a su superiora venida de Suiza. No pudimos eludir la invitación. Desde ese momento entramos a formar parte de esta curiosa, heterogénea y hospitalaria familia. La noticia del día copaba las conversaciones en inglés, español y swahili, el Papa había dimitido.

El camión lo aparcamos enfrente de la iglesia y unos días después, con motivo de la celebración del miércoles de ceniza, se acercaron a visitarlo.



Al día siguiente el Padre Miguel acudía a la entrega de la escuela del pueblo Lahangarery. Blanca Aleixandre, una cooperante española, había dirigido su rehabilitación.



El acto resulto tan emotivo por las caras de satisfacción y alegría que mostraban profesores, familiares y alumnos, que nos hizo ver de primera mano, la importante labor que estos padres desarrollan en este apartado rincón de África.



En agradecimiento al trabajo realizado les invistieron con las telas típicas tanzanas, otorgándole también a Miguel el bastón de los pastores.





La misión se encuentra al final de la pista que cruza el pueblo de Baranzani, en el valle de Mangola. Este valle es rico por sus fértiles tierras y su abundante agua, donde se cultivan arroz, maíz y sobre todo cebollas.





El pueblo se extiende, sin orden ni concierto, ocupando las laderas de una pequeña colina. Las casas no guardan ninguna alineación ni existen calles como tales, solo está definida la calle principal que es por donde transitan los escasos vehículos que hasta aquí llegan y donde discurre la vida entre los pequeños comercios y algunos locales de ocio.







Al otro lado del valle, donde comienza el bosque, habitan los Hadza descendientes de los bosquimanos, una de las últimas tribus de cazadores-recolectores de África. En esta zona, los misioneros han construido una oficina para que ellos organicen y gestionen el turismo que les llega.



Hasta ahora los guías no pertenecían a esta tribu y lo único que hacían era explotarlos sin darles nada a cambio. Lo que pretende el padre Miguel es que sean ellos mismos los que gestionen estas visitas. 



Lo que en principio parece una tarea fácil de llevar a cabo, se complica bastante por la idiosincrasia de esta tribu anárquica, que no reconoce ni autoridad ni jerarquía, desperdigada por el bosque en pequeñas comunidades familiares.



Esta oficina la estuvimos  acondicionando para su inauguración, que se llevo a cabo unos días más tarde. Con mucho trabajo y la promesa de una comida para todos, el padre consiguió que se reunieran casi todos los grupos familiares que habitan en el valle.







Al final del acto, el hadza de más edad y el padre Miguel,  bendijeron el local conjuntamente.



Después de 20 años celebrando misa en un almacén, las comunidades cristianas del valle se han movilizado recogiendo dinero, para que por fin los padres accedan a construirles su iglesia.



La gente aporta el trabajo en la elaboración de los cimientos y los materiales más básicos y la misión pone el diseño, la dirección de obra y el resto de materiales. Para ello cada día de la semana vienen, voluntarios del pueblo que le toque (hombres, mujeres y niños), a trabajar a las órdenes de Fernando Sánchez Mora, el arquitecto.







Otro proyecto que los padres tienen en marcha en estos momentos es la rehabilitación de ocho escuelas repartidas en los distintos pueblos del valle, financiado por la Fundación Ana Gamazo. Hasta ahora Blanca llevaba la dirección pero después de tres escuelas, por motivos personales, se tiene que marchar. Como dice Miguel, la providencia nos ha puesto en su camino y a partir de ahora lo seguiremos nosotros.  





 Empezamos en la escuela de Jovaj. Este pueblo se encuentra a mas de una hora de la misión, por una pista  en muy mal estado. Como no es plan de ir y volver cada día, nos quedamos con el camión durante la semana en la escuela  y el fin de semana lo pasamos en la misión.    



 

La escuela se encuentra en muy mal estado de conservación. Empezamos por rehacer los suelos de nueve clases.





El techo de una de las aulas se lo llevo el viento.





Los cimientos debido a la erosión del agua y del viento, que en este valle pega muy fuerte, se han quedado al descubierto en todas las aulas y empiezan a resquebrajarse las paredes.





Las puertas y los marcos de madera están destrozadas por las termitas y la falta de mantenimiento. Son sustituidas por otras metálicas.



Y por supuesto son pocos los cristales que se han salvado, se tienen que poner casi 200 nuevos.



Al final con la pintura se termina la rehabilitación, después de casi dos meses.



En esta escuela estudian 545 niños en edades comprendidas entre los 7 y los 13 años.

A partir de las 6,30 empiezan a llegar. De las 7 a los 8 se dedican unos a barrer el acceso al colegio y las zonas exteriores de las aulas y otros van a por agua a la fuente para las necesidades de la cocina.





También trabajan para mantener las  plantas y arboles que rodean el colegio.





Están en clase hasta las diez, hora a la que salen corriendo hacia la cocina, donde por turnos, de los más pequeños a los mayores, toman el primer alimento del día, el uji. Esto es una mezcla de maíz y soja, enriquecida con vitaminas y minerales, que se mezcla con agua y se calienta. Con textura terrosa y un sabor desabrido pero que a ellos les encanta.       





 Regresan a las aulas hasta la una, hora en la que se reparte la comida, el makande. Una mezcla de habichuelas y maíz, hervidos en agua sin ningún condimento. Para nosotros están insípidas y duras.       





       

Los niños ayudan a repartir la comida y a fregar las ollas.

 

Tanto el desayuno como la comida se repiten todos los días sin ninguna variación, posiblemente, la mayoría de ellos sea lo único que comen en el día.  Es la misma para los maestros y ahora durante las obras para los albañiles.



Este plan de alimentación en las escuelas fue donado por los Estados Unidos y finaliza este año. Después no sabemos qué ocurrirá ni que repercusión tendrá en la asistencia de los niños a la escuela.

 

El mercado más importante del valle se celebra todos los días 5 de cada mes en el pueblo de Gorfan.



Como ocurre en toda África  el mercado es además lugar de reunión, encuentro y celebración.



En el podemos encontrar todo lo necesario. Los carniceros van matando cabras y vacas según la demanda.



Fruta y verdura



O tabaco para fumar y esnifar.



Así como ver a las diferentes etnias del valle hadza, datoga……





La ropa usada que dona occidente casi siempre termina estos mercados, prueba de ello fue encontrar un par de zapatos de golf que alguien pensó que serian útiles en África.



Mapa de recorrido


 

Filopensamientos y otras cosas………..

Algunos mensajes de amigos nos comentan que por fin le hemos dado un sentido a nuestro viaje con esta ayuda que prestamos en la rehabilitación de las escuelas.

El sentido de nuestro viaje es el viaje en sí mismo, el camino es lo que importa y no las metas.

 Por el camino vamos conociendo a otras gentes, otras culturas, otras religiones, otras formas de entender y ver la vida.

Por el camino encontramos belleza y fealdad, solidaridad y egoísmo, riqueza y pobreza, miedo y valentía………y algunas veces gentes excepcionales con unos valores ya tristemente en desuso en aquella nuestra sociedad de consumo.

Casi egoístamente nos involucramos en sus proyectos y un poco en sus vidas, aprendiendo de su experiencia vital y enriqueciéndonos con ella.

Decía Cervantes que tres cosas dan la sabiduría: letras, camino y vida.