viernes, 22 de febrero de 2013

Rumbo a los parques nacionales



Después de pasar la Navidad en casa con la familia y los amigos, que es lo que más se echa en falta en estos largos viajes, llegamos de nuevo a la ruidosa y masificada Dar es Salam.

Aunque en nuestra ausencia las lluvias habían sido intensas el camión estaba en perfectas condiciones. Antes de emprender de nuevo la ruta hicimos un mantenimiento general e instalamos la ventana de techo de la cabina.



A finales de Enero el calor en los 6º de latitud sur es fuerte y solo pensamos en acercarnos a la costa buscando la brisa del Índico. Hacia el norte encontramos grandes plantaciones de yucas. 



En la carreta de Tanga, a la altura de Muheza, nos desviamos por una pista hacia la costa.



En una extensa playa al norte de Pangani nos quedamos unos días junto al mar, aunque ni siquiera la brisa marina mitigaba la sensación de bochorno.



La playa es la mejor pista de entrada al pueblo.



La costa entre Pangani y Tanga es famosa por sus playas, aunque el baño resulte en la mayoría de ellas difícil por las rocas y manglares, sobre todo en la marea baja.





En este país los pescadores siguen usando la vela latina y por primera vez vemos los cayucos con balancines a ambos lados, a modo de trimarán, como los utilizados en las islas del Pacifico.



Dejamos la costa y la carretera hacia el interior asciende lenta y paulatinamente, refrescando por fin un poco este sol abrasador.



En Mombo dejamos la carretera nacional adentrándonos en las montañas Usambara.



Nuestro destino es el pueblo de Soni, donde queremos hacer algunos recorridos a pie por estas montañas.



Al día siguiente hicimos una agradable excursión a la misión benedictina de Sakharani. Por el camino las mujeres bajaban cargadas al mercado.



Aunque siguen con sus costumbres tradicionales, en una existencia de trabajo y pobreza, han incorporado el móvil a sus vidas con una naturalidad pasmosa.



La misión benedictina goza de un magnifico enclave en lo alto de las montañas rodeada de pinos centenarios.



Dispone de varios edificios donde dan trabajo a un buen número de lugareños: cultivando la tierra, en el aserradero y en los talleres, aunque su principal atractivo es la producción de vino. Aunque compramos unas botellas ni fuimos bien recibidos ni bien atendidos. Al estar recomendada esta excursión por las guías deben de estar un poco cansados de los turistas.





Después de seis horas de caminata llegamos de nuevo al pueblo donde saciamos nuestro apetito, como siempre sin muchas exigencias.



La cocina era al mas tradicional estilo africano, seguramente no habria podido pasar ningun control sanitario.




En las proximidades del pueblo visitamos sus cascadas.





Dejamos las montañas Usumbara y regresamos a la carretera que nos llevara hacia Moshi.



A mediodía paramos a comer a la sombra de un gran baobab. Y hasta allí se acercaron Simón y Philippe (belga y francés respectivamente) que con sus bicis y sus pocos pertrechos estaban recorriendo Tanzania.



Muchos kilómetros antes de llegar a Moshi el macizo volcánico del Kilimanjaro, con una base oval de unos 40 por 60 km., se alza hasta casi los 6.000 m. Al principio solo denota su presencia la boina de nubes que envuelven la cima.



Al atardecer las nubes dejan la montaña y en la lejanía entre brumas, vemos con toda su majestuosidad, este coloso, donde casi han desaparecido sus nieves perpetuas que se consideraban fósiles. La nostalgia me invade, hace casi 30 años que pisé su cima.



Después de pasar Moshi y Arusha la sabana tanzana se nos presenta con toda su grandeza. En nuestro equipo suena “Memorias de África “, parece que flotamos sobre la carretera.





La noche se nos echa encima cuando por fin damos con una pequeña pista que nos adentra en la sabana, alejándonos de la carretera. Aparcamos el camión junto a una boma.



Una boma es un cerco de ramas de acacia espinosa, donde los masais instalan sus chozas (una por cada mujer) y donde recogen el ganado por la noche para protegerlo de las fieras.



Al día siguiente nos dejaron acceder a sus chozas y compartimos con ellos algunas cosas.





Siguiendo nuestra ruta hacia el lago Manyara, unas cebras pastan en la lejanía. Como nos gusta ver animales salvajes en libertad.



En la carretera nos cruzamos con un grupo de adolescentes masai, seguramente hará poco tiempo que han sido circuncidados, por eso visten de negro adornados con plumas. Los niños visten de blanco y cuando pasan a ser guerreros el color que los identifica es el rojo.



En la entrada del parque del lago Manyara, confirmamos de nuevo los precios y nos conformamos con unas fotografías.



La carretera asciende un pequeño puerto de montaña y desde la cumbre divisamos una esplendida vista sobre el lago Manyara.



Siete kilómetros después de Karatu, por una buena pista, nos dirigimos al pueblo de Barazani.



Aunque estamos a 1.200 m. de altitud, a mediodía el calor aprieta con fuerza y aprovechando la sombra de estos magníficos arboles paramos a comer.



Resulto ser el camino de entrada de una explotación cafetera. Y lo que en un momento era un sol abrasador, en pocos minutos nos cayó de agua lo que no está escrito, refrescando el ambiente para el resto del día.





La pista nos adentra en el valle de Mangola, sin saber muy bien a donde vamos. Un ciberamigo seguidor del blog, Pepe Yánez, nos insistió en que pasáramos a conocer la misión católica de este valle.





Las fuertes lluvias han provocado la salida de estos ríos estacionales, teniendo que cruzar alguno de ellos.



La belleza del valle se incrementa por el verdor de los cultivos de sus fértiles tierras.



A la entrada del pueblo de Barazani unos enormes baobabs delimitan la pista.



La misión de los padres españoles se encuentra al final del camino, junto a la iglesia y el hospital.
















Mapas del recorrido





 

Filopensamientos y otras cosas…………

África: la pista de tierra roja serpentea en la sabana bordeada de centenarios baobabs y magnificas acacias amarillas, salpicada de enormes y poderosas rocas basálticas. El paisaje se extiende hacia el infinito, inmensas praderas verdes en la estación de lluvias, pajizas en la seca, donde de vez en cuando los antílopes corren en la lejanía y los pastores conducen su ganado hacia la seguridad del cerco de espinos. En la choza de barro y paja su mujer se afana en los últimos trabajos del día, los niños juegan sobre la polvorienta tierra mientras a su alrededor las gallinas picotean y los perros sestean. El sol en su ocaso enrojece el horizonte.

Mañana será otro día.